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El pronunciamiento de Rafael de Riego

El pronunciamiento de Riego fue la revolución liberal que se produjo en España, inicio de las Revoluciones de 1820. Tras la Guerra de Independencia Española, los liberales pidieron el regreso de Fernando VII, llamado “el Deseado”. Le pidieron que este firmase la Constitución de 1812. Sin embargo, el monarca tenía otra idea en mente. Hasta 1820, Fernando VII usó su posición para reprimir a los liberales a todos los niveles. Estos eran muy numerosos entre las filas del ejército e intentaron una serie de levantamientos militares en 1816.

El pronunciamiento de Rafael de Riego
Rafael del Riego


El 1 de enero de 1820 tuvo lugar en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan el pronunciamiento militar del coronel Rafael del Riego, quien había recibido el mando del 2º Batallón de Asturias, como parte de un ejército expedicionario encargado de sofocar las acciones de los insurgentes en las colonias de América, el cual estaría dirigido por el conde de Calderón.

Tras un reducido éxito inicial, Riego proclamó inmediatamente la restauración de la Constitución de Cádiz (1812, La Pepa) y el restablecimiento de las autoridades constitucionales. El pequeño apoyo al golpe militar fue aumentando con el tiempo y prolongó el levantamiento hasta el 20 de marzo. En esa fecha se publicó un manifiesto de Fernando VII acatando la Constitución de Cádiz que, dos días antes, el 18 de marzo, había jurado en Madrid.

El pronunciamiento de Rafael de Riego
Proclamación de la constitución de 1812, por las cortes de Cadiz.

Esto es el inicio del Trienio Liberal que duró hasta 1823. Las medidas que aplicaron fueron la desamortización y la supresión de señoríos, mayorazgos y de la Inquisición, entre otras. Su intención era la de terminar con las bases del absolutismo, ya fuera en el plano social, el económico o el político. El principal foco de batalla liberal fue la Iglesia, a la que querían aplicar los mismos principios que habían llevado a cabo los franceses en su revolución de 1789. Su triunfo influyó de forma determinante en otros países como Portugal, Grecia e Italia, que buscarían obtener un éxito liberal similar.

Gracias a las conspiraciones del monarca y a la grave crisis económica, surgieron varios movimientos de protesta contra el gobierno liberal. Aparecieron partidas de campesinos fuertemente influenciados por la Iglesia en el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña. Viendo el relativo éxito que podían tener los postulados absolutistas, la oposición realista al gobierno liberal creó la “Regencia Suprema de España” en Urgel. Era un gobierno español alternativo al liberalismo pero que acabó por fracasar. Esto iluminó a Fernando VII y a sus partidarios, quienes vieron en el extranjero la única esperanza de recuperar el poder.

En 1822, el monarca español se dirigió al Congreso de Verona a pedir ayuda a la Santa Alianza para recuperar su trono absoluto. Estos, aún con las reticencias de Gran Bretaña, concedieron permiso a Francia para invadir España. El 7 de abril de 1823, el rey galo envió a los llamados “Cien Mil Hijos de San Luis”, encabezados por el Duque de Angulema, a terminar con el liberalismo en el reino español. Poco a poco, la resistencia fue mermando hasta que, finalmente, el 1 de octubre el último foco de los liberales fue reducido en Cádiz.

El pronunciamiento de Rafael de Riego
Fernnado VII.

Información detallada: Rafael de Riego, el pronunciamiento, la hipocresía de Fernando VII y el fatal desenlace.


El héroe de la revolución

El gran protagonista del alzamiento de 1820 fue el teniente coronel Rafael del Riego. Nacido en una familia asturiana, noble pero de escasos recursos económicos, Riego tuvo una buena formación, a diferencia de otros compañeros de generación. Realizó estudios secundarios y en 1807 ingresó en un regimiento prestigioso, la Compañía Americana de Guardias de la Real Persona.

Al año siguiente, la sacudida de la guerra de la Independencia lo alcanzó de pleno. Capturado por los franceses ya en abril de 1808, consiguió escapar de su prisión en El Escorial y marchó a Asturias para sumarse al levantamiento contra los franceses. Dio muestras de valor y arrojo en la batalla de Espinosa de los Monteros, que tuvo lugar en noviembre de 1808, en la que fue capturado. A continuación fue enviado a Francia, donde estuvo encarcelado en varios centros durante unos cinco años. Pasó también por Holanda e Inglaterra. Según algunos autores, fue en ese tiempo cuando Riego se convirtió al liberalismo, de modo que cuando regresó a España, en el año 1814, se aprestó a jurar la Constitución de Cádiz.

Pero 1814 sería un año de aciaga memoria para el liberalismo español. El retorno de Fernando VII puso fin al ensayo de régimen liberal de Cádiz y dio paso a la restauración del absolutismo. Mientras sus partidarios gritaban «¡Vivan las cadenas!», el rey abolió la Constitución y la casi totalidad de la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, «como si no hubiesen pasado jamás», al tiempo que ponía en marcha una dura represión contra todos los elementos sospechosos de simpatías liberales. Rafael del Riego hubo de adaptarse a este estado de cosas para seguir en el ejército, pero pronto se sumó a los movimientos clandestinos de oposición liberal que fueron cristalizando en distintas ciudades españolas. Destinado en 1817 al ejército de Andalucía, dos años más tarde fue introducido, en Cádiz, en la masonería.

El pronunciamiento de Rafael de Riego
Rafael de Riego.

Las logias masónicas fueron uno de los resortes más poderosos de la lucha contra el absolutismo; por su carácter de sociedades secretas permitían a sus miembros conspirar y preparar incluso un alzamiento militar contra el gobierno. Se produjeron varias intentonas de alzamiento, los llamados pronunciamientos, que el gobierno logró desbaratar. La ocurrida en enero de 1819 se saldó con la ejecución de 18 implicados. El general Elío declaró entonces: «La Divina Providencia, que vela sobre nosotros, se vale de medios incomprensibles para procurarnos el poder exterminar a los enemigos del trono, de las leyes y de la religión».

Pocos meses después, sin embargo, las circunstancias sonrieron a los rebeldes. El gobierno decidió reunir en la región de Cádiz varios destacamentos, con un total de 20.000 hombres –aunque al final fueron menos–, que debían embarcarse rumbo a América para participar allí en la represión de las revoluciones independentistas que se desarrollaban en el Imperio español. La mayoría de los soldados tenían muy escasos deseos de marchar a ultramar, y además pronto descubrieron que la flota que debía trasladarlos, recién comprada a Rusia, se encontraba en un estado deplorable. Todo ello hizo que prestaran oídos a los oficiales que los preparaban para amotinarse. Estos últimos habían entrado en contacto con los conspiradores civiles de las ciudades andaluzas, sobre todo en Cádiz, donde a partir de una logia masónica se constituyó una sociedad secreta llamada Taller Sublime, «un cuerpo donde estaban juntos los más arrojados y dirigentes de los conspiradores», según recordó más tarde uno de los promotores del movimiento, Alcalá Galiano. Los fondos aportados por Álvarez Mendizábal, influyente hombre de negocios de origen judío, fueron también decisivos.

La operación estuvo a punto de fracasar por la traición de dos oficiales, el conde de La Bisbal y el general Sarsfield, que llevó a la detención de quince militares en El Palmar (Cádiz). Pero el proyecto siguió adelante gracias a los oficiales que habían podido evitar la detención. Finalmente, en la noche del 27 al 28 de diciembre, los conspiradores celebraron una reunión secreta en la que acordaron su plan de acción: tres cuerpos de ejército, dirigidos respectivamente por Quiroga, López Baños y Riego, se alzarían en tres puntos diferentes de Andalucía y a continuación se dirigirían a Cádiz. En cuanto le fue dado a conocer el plan de la conjuración, Riego se implicó en cuerpo y alma, pero su papel inicialmente tenía que ser secundario. Nadie podía imaginar que acabaría convirtiéndose en el alma del movimiento.

El pronunciamiento

A las ocho de la mañana del 1 de enero de 1820, las tropas dirigidas por Riego se alzaron en Las Cabezas de San Juan, a unos 45 kilómetros al norte de Sevilla. El propio comandante leyó un manifiesto a sus hombres, en el que hacía referencia a la injusta orden de embarcarse a América: «Soldados, mi amor hacia vosotros es grande. Por lo mismo yo no podía consentir, como jefe vuestro, que se os alejase de vuestra patria, en unos buques podridos, para llevaros a hacer una guerra injusta al nuevo mundo; ni que se os compeliese a abandonar a vuestros padres y hermanos, dejándolos sumidos en la miseria y la opresión». Pero Riego, que según un contemporáneo «procedía sin atenerse a más regla que a su voluntad propia», tomó una decisión que no estaba prevista por sus compañeros de conspiración: proclamar la Constitución de Cádiz. Según Antonio Alcalá Galiano, tres días antes del levantamiento los conspiradores tenían planes muy vagos y varios de ellos consideraban que la Constitución de Cádiz era demasiado radical. Riego, sin embargo, mantenía intacta su fe en el régimen de Cádiz, de modo que se dirigió a la tropa con voz enérgica y tono paternal, apelando a las obligaciones filiales de sus hombres: «España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la nación. El rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución; la Constitución, pacto entre el monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda nación moderna. La Constitución española, justa y liberal, ha sido elaborada en Cádiz entre sangre y sufrimiento. Mas el rey no la ha jurado y es necesario, para que España se salve, que el rey jure y respete esa Constitución de 1812».

La hipocresía de Fernando VII

Entre tanto, en Madrid, Fernando VII se sentía cada vez más desbordado por los acontecimientos. Sus ministros le aconsejaban hacer concesiones, como convocar las Cortes según el modelo tradicional. Pero la revolución se aproximaba cada vez más a Madrid y el 6 de marzo el ejército, al mando del conde de La Bisbal, proclamaba la Constitución en Ocaña, a 60 kilómetros de la capital. Al día siguiente el rey capitulaba y anunciaba su intención de jurar la Constitución de 1812. El marqués de Miraflores cuenta en sus Apuntes histórico-críticos que el rey la juró «delante de cinco o seis desconocidos, que se llamaban representantes del pueblo». La Gaceta Extraordinaria de Madrid del 12 de marzo reproducía el texto firmado en palacio dos días antes en el que el soberano afirmaba: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Unas palabras que se han hecho famosas como ejemplo de doblez e hipocresía, pues en los tres años que seguirían el rey Fernando VII y sus adictos no cesaron de maniobrar para hacer descarrilar el ensayo liberal. Éste terminaría en 1823, con la invasión de un ejército francés enviado por las potencias absolutistas de Europa, que habían decidido cortar de raíz la revolución que amenazaba el orden europeo.

Trágico desenlace.

Las reformas democratizadoras no contaban con el suficiente apoyo. En medio de continuas peleas entre las corrientes liberales, el orden público empezó a venirse abajo por la proliferación de guerrillas absolutistas.

Para reprimirlas, el gobierno no podía fiarse de muchas autoridades de dudosa lealtad, dispuestas a cambiar de bando a la menor ocasión. ¿Cómo sacar adelante, en aquellas circunstancias tan complicadas, el programa liberal? Algunas voces se alzaron a favor de la mano dura. Había que hacer como los revolucionarios franceses y aplastar la oposición reaccionaria por la fuerza.Riego rechazó este camino, incapaz de tomarlo en consideración por su respeto a la legalidad. No estaba dispuesto a convertirse en una especie de Napoleón español con poderes dictatoriales. De hecho, prefería retirarse de la vida pública si su presencia contribuía a desunir al liberalismo.

Esta voluntad conciliadora quedó patente en numerosas ocasiones, sobre todo con motivo de las manifestaciones en las que su retrato se paseaba por las calles como gesto de afirmación política radical. Él nunca estuvo de acuerdo con estas convocatorias, ante el temor de que fueran contraproducentes y contribuyeran a que los ánimos se desbordaran. El supuesto Riego extremista, por tanto, no es más que una leyenda. Lo que encontramos es un espíritu apaciguador.

La situación se hizo desesperada cuando las tropas francesas invadieron la península en 1823 para devolver a Fernando VII sus plenos poderes. Riego se puso al frente de sus tropas, pero fue vencido. Se ha dicho que su derrota obedeció a su ineptitud militar, pero, para ser justos, debe tenerse en cuenta que mandaba soldados inexpertos.

De nuevo con autoridad ilimitada, el rey no tuvo piedad. Nuestro protagonista murió en la horca. Se consolidó así un mito de largo alcance. Un siglo después, el himno que cantaban las tropas de Riego se convirtió en el oficial de la Segunda República.

El pronunciamiento de Rafael de Riego

Sin duda alguna, es un hecho de bastante importancia, un pronunciamiento valiente, que tan solo quería restablecer los valores liberales y democráticos que quedaron ratificados en la constitución liberal, en el año 1812. Un hombre, que se armo de valor, y se opuso a que el y sus hombres fueran enviados a la lucha de las Áméricas, y luchar en nombre de un Rey que no amaba a su pueblo y que despreciaba la constitución y sus valores. Por este hecho y más, Fernando VII, es considerado como uno de los peores reyes de la historia de España.

BIBLIOGRAFÍA

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